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El sacerdocio en el hogar

lunes, 3 de diciembre de 2012 0 comentarios

EL SACERDOCIO EN EL HOGAR
Ap. 1:6.

INTRODUCCIÓN:
En el A.T. existía un sacerdocio de orden levítico con el pacto de Dios e Israel, leyes, ritos, sacrificios etc.;  eran los descendientes de la tribu de Leví los encargados de ejercer este sacerdocio intercediendo por el pueblo delante de Dios; este sacerdocio quedó anulado con la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, pues la Biblia dice que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote (He. 3:1),  quiere decir que nosotros ya no estamos en el sacerdocio levítico sino en uno nuevo, uno eterno, del orden de Melquisedec (He. 6:20), y cada uno de nosotros hemos sido llamados a ejercerlo (hombres y mujeres, Ap. 1:6), y debemos de empezar ejerciéndolo en nuestra familia, intercediendo y cubriendo a los nuestros.

DESARROLLO: 
En Éxodo 20:19 Israel le dice a Moisés: Habla tú con nosotros y escucharemos, pero que no hable Dios con nosotros no sea que muramos;  desechando así su sacerdocio, por lo que Dios le dió el privilegio únicamente a la tribu de Leví, dejando al resto del pueblo fuera del servicio.
     Es muy importante que ejerzamos el sacerdocio en nuestro hogar, pues al no hacerlo lo tenemos en desorden y corremos el riesgo de perder este privilegio como sucedió con el pueblo de Israel; es por eso que debemos rogarle a Dios que nos ayude a ejercer el sacerdocio como a El le agrada. Veamos algunas funciones que ejercía el sacerdote en el A.T., que ahora son sombra de lo que debemos hacer (He. 10:1):

·         ENSEÑAR LA DOCTRINA, 
Dt. 11:19; Jos. 1:18; Mt. 28:19-20 :  Como Padres tenemos la responsabilidad de guiar e instruir a nuestra familia en la sana doctrina (Ef. 2:20; Tit. 1:9), congregándonos y discipulándolos en casa, esforzándonos por buscar en la palabra el Rhema que Dios quiere darnos, para que ellos aprendan no solamente en la iglesia sino también en el calor del hogar; vemos como Noé instruyó y le enseñó a su familia (Gn. 6:18; 7:5,7),  conduciéndolos así a la salvación, de igual forma David instruyó a Salomón  en el camino del Señor.

·         DISTINGUE LO LIMPIO DE LO INMUNDO, 
Lv. 13:3-6; Pr. 27:23; Gá. 5:25; Ro. 8:1-2 :  Si queremos ejercer un sacerdocio adecuado, es necesario tener discernimiento para reconocer el pecado en nuestra familia (1 Co. 2:14; He. 5:14), y poder saber lo que puede llegar a contaminar nuestro hogar sin ser desequilibrados, sino guiados por el Espíritu Santo, debemos interesarnos por sus  amistades, juegos, juguetes, programas de T. V., conversaciones, etc.; esto fue lo que no hizo David, distinguir el pecado en sus hijos Amnón y Absalón, pues Amnón violó a su hermana y Absalón lo mató y se rebeló contra él, Elí  no corrigió a sus hijos, sino los dejó que siguieran en su camino de pecado por los cual Dios los cortó.

·         DECLARAR LIMPIO AL LEPROSO, 
Lv. 13:6 :  Debemos seguir de cerca el proceso de restauración de nuestra familia, buscando el cumplimiento de la promesa que “El que empezó la buena obra la terminará...” (Fil. 1:6), debemos reconocer el origen de las enfermedades en nuestro hogar ya que no todas son de origen físico, sino pueden ser de origen almático o espiritual (diabólico); como la mujer del flujo de sangre (Mr. 5:28-29), y la de el muchacho lunático (Mt. 17:15).

·         INTERCESIÓN, 
Ex. 32:11-12; Ef. 6:18; He. 7:25 :  Interceder es pedir por otra persona, preocuparse por la necesidad de otro, gemir, un clamor que sale de lo profundo de nuestro ser sintiendo el dolor del  hermano. Como sacerdotes debemos interceder por nuestra familia, por los hijos para que Dios los proteja y los aparte del pecado; porque tenemos la autoridad que nos ha sido dada por el Señor para bendecir y no para maldecir, para reprender al diablo y no para abrirle puertas;  por ejemplo, decirle a los hijos que son torpes y no pueden hacer nada es peligroso, pues como autoridad, eso les ministramos, y si los hijos no están siendo ministrados en la iglesia van a creer que es verdad y podrían terminar siendo torpes.

·         ROCIAR LA SANGRE, 
Ex. 29:15-16; Lv. 8:14-15; 1 P. 1:2 :  Los sacerdotes en el A. T.  rociaban la sangre del sacrificio sobre el altar, enseñándonos que nosotros debemos cubrir a nuestro cónyuge y nuestros hijos con la sangre del cordero de Dios (espiritualmente, 1 P. 1:2); al hacerlo estamos protegiéndolos de potestades, demonios, espíritus inmundos, maldiciones, hechicerías, etc. como sucedió con Israel antes de salir de Egipto, cuando protegieron sus casas con la sangre del sacrificio que rociaron sobre los dinteles de la puerta (Ex. 12:7,12-13).  El rociamiento de la sangre es un acto espiritual que debemos practicar en nuestro hogar, porque nos protege a nivel del espíritu, alma y cuerpo.

·         URIM Y TUMIM, 
Ex. 23:30; Lv. 8:8; Hch. 5:1-11: El Urim y Tumim eran dos piedras que el sacerdote usaba en el pecho,  que le servía para conocer la voluntad de Dios, según fuera la respuesta, positiva o negativa, se encendía una de las dos piedras y así  conocía la respuesta de Dios; sí el sacerdote en el A.T.  las usaba en el pecho quiere decir que para nosotros hoy el Urim y el Tumim es la guianza del Espíritu Santo en nuestros corazones (Jn. 16:13), pues dejándonos guiar conoceremos la voluntad de Dios para nuestras familias y podremos ejercer el sacerdocio agradable ante Dios.
     También habían personas de la tribu de Leví que no podían ejercer el sacerdocio por defectos físicos, como los ciegos (sin visión espiritual), Mutilados, Cojos (inconstantes en el evangelio), extremidades deformadas, pie o mano quebrada, jorobados, el que tenia nube en el ojo (contaminación espiritual), el que tenia sarna (pecado escondido).

CONCLUSIÓN: 
La tarea de ejercer el sacerdocio es muy importante ya que algunos padres por no hacerlo en sus familias, se desviaron sus hijos e incluso algunos se perdieron; pero también vemos como otros varones como Noé ejercieron el sacerdocio sobre su familia y estos fueron salvos del juicio que vino sobre la tierra (Gn. 7:12-13,23).   Esta tarea es difícil, pero no hemos sido llamados a cumplirla por nuestras fuerzas, sino  con la unción del Espíritu Santo, porque somos un reino y sacerdotes para Dios (Ap. 1:6),  por lo que tenemos la promesa de parte de Dios para poder hacerlo y tenemos la sangre de Cristo que nos hace aptos para esta obra tan importante y hermosa (He. 13:20-21).     

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