Admitir los errores, paso al crecimiento personal y espiritual
Confesar que había robado por espacio de varios años la compañía
de alimentos en la que trabajó bajo la confianza y pleno apoyo de sus
propietarios, no fue fácil. Menos hacerlo frente a decenas de personas que
escucharon su confesión, en el abarrotado auditorio judicial del pueblecito en
que ocurrieron los hechos, cerca de Hamburgo.
--Traicioné la confianza de mis superiores. Robé por ambición. No
tenía necesidad para hacerlo. No tengo excusa--, se limitó a decir frente a las
autoridades que, una semana después, le condenaron a cuatro años de cárcel,
conforme al sistema de jurisprudencia alemán.
Camino del penal, que en lo sucesivo sería su morada, se limitó a
decir que esperaba cumplir su condena para emprender la tarea de resarcir el
mal que provocó.
Enfrentando los hechos
La noticia la encontré perdida entre un sinnúmero de hechos que
registraron las páginas internacionales de un diario capitalino. Me llamó
poderosamente la atención la historia de este hombre por tres elementos de
significación:
a.- La importancia de admitir los errores.
b.- La decisión de asumir las consecuencias.
c.- La disposición de reparar el daño causado.
Estas tres actitudes nacen del corazón y nos ayudan a crecer en lo
personal y lo espiritual.
La importancia de admitir los errores
Los seres humanos debemos reconocer las fallas. Es honesto.
Negarlo, genera más daño. De un lado a quienes herimos con nuestro
comportamiento, y de otra parte, a nosotros mismos. Nos engañamos y temprano o
tarde, sentiremos el peso de la conciencia.
El Señor Jesucristo relató una historia que conocemos como del
hijo pródigo. La registra el evangelio de Lucas. Refiere las vicisitudes de un
joven que—tras pedir a su padre su parte de la herencia—dilapidó los recursos
viviendo perdidamente. Llegó a tocar fondo en una crisis emocional y personal
que le llevó a pensar que no tendría otra salida. En su estado desértico, tomó
una determinación que cambió en curso de su drama. Se dijo: “Me levantaré e iré
a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy
digno de ser llamado tu hijo: hazme como a uno de tus jornaleros. Y
levantándose, vino a su padre...” (Lucas 15:18-20 a).
El evangelio señala que fue restituido a su posición original, con
todos los privilegios.
En muchas ocasiones reconocer un error es el comienzo para la
solución de graves problemas. Admitir nuestras fallas no desmerita sino que
ennoblece.
La decisión de asumir las consecuencias
Todo cuando hacemos, trae sus consecuencias. Positivas o
negativas, pero consecuencias al fin. Y cuando obramos mal, debemos estar
dispuestos a encarar los hechos que nuestra acción desencadenen.
Hace algún tiempo, un ex convicto australiano, Peter Foster, pidió
disculpas públicamente por una acción dolosa... Intentó estafar a la esposa del
primer ministro británico, Tony Blair. Le ofreció a la señora Cherie Blair en
venta, dos supuestos apartamentos que no existían más que en su imaginación y
los cuales mostró mediante fotografías, tomadas de cualquier sitio, menos en
alguna de sus propiedades. Su oferta era tentadora. Sólo un detalle mínimo, con
el que no contaba al articular su mentira, le puso al descubierto. Y parte de
la pena consistió justamente en excusarse ante miles de personas que apreciaron
el incidente por la televisión.
Cuando meditamos en todo el mal que podemos provocar con lo que
hacemos o decimos, debemos reflexionar también en las consecuencias que
enfrentaremos.
La disposición de reparar el daño causado
Ocurrió en la célebre ciudad de Jericó. El Señor Jesús iba de paso
y tuvo un encuentro con Zaqueo, quien además de rico, tenía a su cargo el
recaudo de impuestos del pueblo judío con destino al Imperio romano. Jesús
aceptó una invitación a cenar en su casa. “Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo
al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo
he defraudado a alguien, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha
venido la salvación a esta casa...”(Lucas 19:8, 9).
Aquí hallamos el mejor ejemplo de alguien que no solo admitió sus errores,
sino que se dispuso a reparar el daño que provocó a quienes estaban a su
alrededor.
Una sociedad diferente
Nuestra sociedad sería diferente si los seres humanos admitiéramos
nuestros errores y, además, procediéramos a pedir perdón. Eso contribuiría
además, a sanar las heridas que provocamos con frecuencia en los demás. La
nuestra sería, sin duda, una sociedad más justa en la cual el testimonio de
cristianos auténticos marcaría la diferencia... ¡Es hora de comenzar a cambiar
el curso de la historia...!
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