EL SACERDOCIO EN
EL HOGAR
Ap. 1:6.
INTRODUCCIÓN:
En el A.T. existía un
sacerdocio de orden levítico con el pacto de Dios e Israel, leyes, ritos,
sacrificios etc.; eran los descendientes de la tribu de Leví los
encargados de ejercer este sacerdocio intercediendo por el pueblo delante de
Dios; este sacerdocio quedó anulado con la muerte y resurrección de nuestro
Señor Jesucristo, pues la Biblia dice
que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote (He. 3:1), quiere decir que
nosotros ya no estamos en el sacerdocio levítico sino en uno nuevo, uno eterno,
del orden de Melquisedec (He. 6:20), y cada uno de nosotros hemos sido llamados
a ejercerlo (hombres y mujeres, Ap. 1:6), y debemos de empezar ejerciéndolo en nuestra familia, intercediendo y
cubriendo a los nuestros.
DESARROLLO:
En Éxodo 20:19 Israel le dice
a Moisés: Habla tú con nosotros y escucharemos, pero que no hable Dios con
nosotros no sea que muramos; desechando así su sacerdocio, por lo que
Dios le dió el privilegio únicamente a la tribu de Leví, dejando al resto del
pueblo fuera del servicio.
Es
muy importante que ejerzamos el sacerdocio en nuestro hogar, pues al no hacerlo
lo tenemos en desorden y corremos el riesgo de perder este privilegio como
sucedió con el pueblo de Israel; es por eso que debemos rogarle a Dios que nos
ayude a ejercer el sacerdocio como a El le agrada. Veamos algunas funciones que ejercía el sacerdote en el A.T., que ahora
son sombra de lo que debemos hacer (He. 10:1):
·
ENSEÑAR LA DOCTRINA,
Dt. 11:19; Jos.
1:18; Mt. 28:19-20 : Como Padres tenemos la responsabilidad de guiar
e instruir a nuestra familia en la sana doctrina (Ef. 2:20; Tit. 1:9),
congregándonos y discipulándolos en casa, esforzándonos por buscar en la
palabra el Rhema que Dios quiere darnos,
para que ellos aprendan no solamente en
la iglesia sino también en el calor del hogar; vemos como Noé instruyó y le
enseñó a su familia (Gn. 6:18; 7:5,7), conduciéndolos así a la salvación,
de igual forma David instruyó a Salomón en el camino del Señor.
·
DISTINGUE LO LIMPIO DE LO INMUNDO,
Lv.
13:3-6; Pr. 27:23; Gá. 5:25; Ro. 8:1-2 : Si queremos ejercer un
sacerdocio adecuado, es necesario tener discernimiento para reconocer el pecado
en nuestra familia (1 Co. 2:14; He. 5:14), y poder saber lo que puede llegar a
contaminar nuestro hogar sin ser desequilibrados, sino guiados por el Espíritu
Santo, debemos interesarnos por sus amistades, juegos, juguetes,
programas de T. V., conversaciones, etc.; esto fue lo que no hizo David,
distinguir el pecado en sus hijos Amnón y Absalón, pues Amnón violó a su
hermana y Absalón lo mató y se rebeló contra él, Elí no corrigió a sus hijos, sino los dejó que siguieran en su
camino de pecado por los cual Dios los cortó.
·
DECLARAR LIMPIO AL LEPROSO,
Lv. 13:6 : Debemos
seguir de cerca el proceso de restauración de nuestra familia, buscando el
cumplimiento de la promesa que “El que empezó
la buena obra la terminará...” (Fil. 1:6), debemos reconocer el origen de
las enfermedades en nuestro hogar ya que no todas son de origen físico, sino
pueden ser de origen almático o espiritual (diabólico); como la mujer del flujo
de sangre (Mr. 5:28-29), y la de el muchacho lunático (Mt. 17:15).
·
INTERCESIÓN,
Ex. 32:11-12; Ef. 6:18; He.
7:25 : Interceder es pedir por otra persona, preocuparse por la
necesidad de otro, gemir, un clamor que sale de lo profundo de nuestro ser sintiendo
el dolor del hermano. Como sacerdotes debemos interceder por nuestra
familia, por los hijos para que Dios los proteja y los aparte del pecado;
porque tenemos la autoridad que nos ha sido dada por el Señor para bendecir y
no para maldecir, para reprender al diablo y no para abrirle puertas; por
ejemplo, decirle a los hijos que son torpes y no pueden hacer nada es
peligroso, pues como autoridad, eso les ministramos, y si los hijos no están
siendo ministrados en la iglesia van a creer que es verdad y podrían terminar
siendo torpes.
·
ROCIAR LA SANGRE,
Ex. 29:15-16; Lv.
8:14-15; 1 P. 1:2 : Los sacerdotes en el A. T. rociaban la
sangre del sacrificio sobre el altar, enseñándonos que nosotros debemos cubrir
a nuestro cónyuge y nuestros hijos con la sangre del cordero de Dios
(espiritualmente, 1 P. 1:2); al hacerlo estamos protegiéndolos de potestades,
demonios, espíritus inmundos, maldiciones, hechicerías, etc. como sucedió con
Israel antes de salir de Egipto, cuando protegieron sus casas con la sangre del
sacrificio que rociaron sobre los dinteles de la puerta (Ex. 12:7,12-13).
El rociamiento de la sangre es un acto espiritual que debemos practicar en
nuestro hogar, porque nos protege a nivel del espíritu, alma y cuerpo.
·
URIM Y TUMIM,
Ex. 23:30; Lv. 8:8; Hch.
5:1-11: El Urim y Tumim eran dos piedras que el sacerdote usaba en el
pecho, que le servía para conocer la voluntad de Dios, según fuera la
respuesta, positiva o negativa, se encendía una de las dos piedras y así
conocía la respuesta de Dios; sí el sacerdote en el A.T. las usaba en el
pecho quiere decir que para nosotros hoy el Urim y el Tumim es la guianza del
Espíritu Santo en nuestros corazones (Jn. 16:13), pues dejándonos guiar
conoceremos la voluntad de Dios para nuestras familias y podremos ejercer el
sacerdocio agradable ante Dios.
También habían personas de la tribu de
Leví que no podían ejercer el sacerdocio por defectos físicos, como los ciegos
(sin visión espiritual), Mutilados, Cojos (inconstantes en el evangelio),
extremidades deformadas, pie o mano quebrada, jorobados, el que tenia nube en
el ojo (contaminación espiritual), el que tenia sarna (pecado escondido).
CONCLUSIÓN:
La tarea de ejercer el
sacerdocio es muy importante ya que algunos padres por no hacerlo en sus
familias, se desviaron sus hijos e incluso algunos se perdieron; pero también
vemos como otros varones como Noé ejercieron el sacerdocio sobre su familia y
estos fueron salvos del juicio que vino sobre la tierra (Gn.
7:12-13,23). Esta tarea es difícil, pero no hemos sido llamados a
cumplirla por nuestras fuerzas, sino con la unción del Espíritu Santo,
porque somos un reino y sacerdotes para Dios (Ap. 1:6), por lo que
tenemos la promesa de parte de Dios para poder hacerlo y tenemos la sangre de
Cristo que nos hace aptos para esta obra tan importante y hermosa (He.
13:20-21).
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